jueves, 27 de junio de 2013

Ana Magra

A lo largo de la historia, no han sido pocos los autores y artistas que han ocultado su nombre detrás de un seudónimo (o falso nombre). Unos, por deseo de intimidad; otros, para tratar de evitarse persecuciones…

Para procurarse un falso nombre, uno de los procedimientos utilizados en todos los países y en todas las épocas ha sido el anagrama, del que ya he hablado aquí recientemente (ver Anagramas en el baño, junio 2013). Por ejemplo, el escritor francés del siglo XVI, François Rabelais firmó algunas obras como Alcofribas Nasier; Marguerite Yourcenar se apellidaba, en realidad, Crayencour (nótese que a Yourcenar le falta la segunda c de Crayencour); el francés André Breton bautizó a su amigo español Salvador Dalí como Avida Dollars

No se trata aquí de emular a estas celebridades, sino de recoger el guante que su acción lanza y tratar de divertirnos un poco. Eso es lo que propongo hoy: piensa en una persona de tu entorno, escribe su nombre y dos apellidos en un papel y trata de hacer una frase que sea un anagrama del nombre y los apellidos. Verás cómo te sale más de una.

Para muestra un botón. Mira los anagramas que me han salido de mi queridísimo Óscar Hullá Badallo:

¿Ducha al alba? Lloros.
¡Oh! Das la bulla, claro.
La chula dará bollos.
¡Oh! Das bulla al calor.
Rodaballo, lúchalas.
Sal allá, bardo chulo.
Al buscador, hállalo.
Luchador, bala al sol.
Al buscador, lo halla.
Borda la lucha al sol
Al buscar lo hallado.
¡Uh! Sal, árbol callado.
La lucha daba lloros.
La lucha dará bollos.
Al luchador, la bolsa.
Callo duro hallabas.
¿Hallas caballo duro?

¡Bueno! ¡Vale! Sí, te lo concedo. Algunas frases están un poco cogidas por los pelos. Pero no por eso dejan de ser un anagrama.

Te garantizo que, cuando le muestres el anagrama a tu conocido, se sorprenderá de lo lindo. Y mucho más si consigues que el anagrama sea también un nombre y dos apellidos… o lo parezca al menos: Carlos Albal Hulado.

miércoles, 19 de junio de 2013

Una patilla es una pata corta

– ¿Le corto las patillas? –le pregunta el peluquero al enano al que le está cortando el pelo.
– ¿Y con qué ando? ¿Con los cojoncillos?

Este chiste, de mi adolescencia, es un ejemplo del malentendido que causa una palabra que tiene toda la apariencia de ser diminutivo de otra, pero que, según el contexto, puede serlo o no. Y, claro, esta situación puede dar lugar a malas interpretaciones.

Hay muchas palabras así. Por ejemplo, colilla. Si hablas de que Fulano tenía una colilla en la boca, ¿qué malentendido no puedes llegar a provocar?

Ahí te dejo unos cuantos de estos diminutivos ‘falsos’:
- Boquilla
- Carrillo
- Frenillo
- Gatillo
- Palomilla
- Tomillo…

Seguro que puedes encontrar alguna frase o situación en que su uso podría causar un malentendido. ¿A que sí? Por ejemplo, con la palabra frenillo… que puede dar mucho juego. ¿Te animas a mandarme una frase?

miércoles, 12 de junio de 2013

Anagramas en el baño

Recuerdo haber leído en un ejemplar de la revista OCU-Salud las conclusiones de un estudio de la Organización de Consumidores y Usuarios acerca de los hábitos de los españoles en el cuarto de baño. Una de las que más me sorprendió fue saber que muchos encuestados (casi un tercio) reconocían que, a veces, aprovechaban que estaban sentados en el retrete para hablar por teléfono. Otra: que casi la mitad solían ir al baño con algo para leer.

Yo no suelo hacer nada de eso. Si acaso, si la cosa se alarga un poco, me fijo en algún objeto —el baño está lleno de ellos: que si un bote de champú, otro de gel, la colonia, el aftershei…—, leo la marca y trato de encontrar un anagrama.

¿Que qué es un anagrama? Pues una palabra que tiene las mismas letras que otra pero en orden diferente. Por ejemplo: arte / trae.

Y resulta que en el baño de mi casa lo que queda justo enfrente del ‘trono’ es un radiador de la marca Roca. Pues bien, les he dado tantas vueltas a estas cuatro letras, que creo que ya he encontrado todos los anagramas posibles: roca / caro / arco / orca / croa; incluso Cora, si admitimos nombres propios.

La verdad es que es un ejercicio muy entretenido… que no necesariamente debe hacerse en el baño, claro. Vas por la calle, pasas por delante de un escaparate de muebles de cocina… y cocina / acción. Te invitan a cenar sushi en un restaurante japonés… y japonés / esponja. Vas pedaleando detrás de un Renault Laguna… y laguna / alguna / angula

Al final, de tan entretenido que es, engancha. ¡Inténtalo! ¡Verás cómo te encandila! Un consejo: empieza por palabras cortas, de cuatro o cinco letras. Luego, ve aumentando… y verás qué satisfacción cuando logres hallar anagramas de palabras de nueve o diez letras, o de nombres y apellidos de tus conocidos. Uno se siente muy bien cuando lo consigue. Y cuando descubres anagramas sorprendentes… ya ni te digo. Es lo que me ocurrió a mí un día leyendo el periódico.

En la información ‘El anarquista que salvó a miles de fascistas’ (El País Madrid, 28/04/2013), Carme Pérez Lanzac habla de un madrileño de 38 años, que es el nieto del protagonista de la historia. ¿Su nombre? Rubén Buren.

¡Grata sorpresa para un cazador de anagramas!

miércoles, 5 de junio de 2013

Palabras duplicadas

Con la extensión del uso de los aparatos electrónicos, la tarea de escribir parece que se nos haya vuelto más sencilla. Los programas de tratamiento de textos nos facilitan la vida, ya que nos permiten borrar palabras, reescribir párrafos enteros, añadir frases… sin demasiadas complicaciones. Además, suelen llevar incorporado algún diccionario, cuya calidad casi nunca es para tirar cohetes, pero que nos proporciona ayuda, y nos presenta la solución, cuando escribimos mal una palabra, cuando olvidarnos la mayúscula después de punto, cuando duplicamos palabras…

Y de esto último es de lo que quiero hablar hoy. De las palabras duplicadas. Pero no de las que el diccionario electrónico considera incorrectas, sino de las duplicidades correctas. ¡Sí, señores! Porque, a pesar de que el diccionario entiende que todas las duplicidades son erróneas, no es así. Hay situaciones en que es necesario repetir una palabra para que la frase esté correctamente escrita. Veamos un par de casos:

-       Más vale que te consideren listo que que te llamen tonto.

-       Dependiendo de de qué manera lo hagas, te puede costar un riñón.

En el primer caso, los dos ‘que’ son necesarios estructuralmente: uno lo pide la estructura de la comparación (más… que) y otro lo pide la estructura de la frase (que te llamen…).

En el segundo caso, también los dos ‘de’ son necesarios: uno porque lo pide el régimen del verbo ‘depender’ (se dice ‘depender de algo’, no ‘depender algo’) y otro porque lo pide la pregunta indirecta (de qué manera…).

Curioso, ¿verdad? En estos casos, seguro que el diccionario electrónico se hace un lío.

Por supuesto, en el primer caso, comunicaríamos prácticamente lo mismo diciendo, ‘Más vale ser considerado listo que ser llamado tonto’ o intercalando un ‘no’ expletivo (ver El no fantasma, febrero 2013) para decir ‘Más vale que te consideren listo que no que te llamen tonto’. Y en el segundo caso, diríamos casi lo mismo con ‘Dependiendo de cómo lo hagas, te puede costar un riñón’… pero a uno le gustan más los intríngulis. ¡Qué le vamos a hacer!