miércoles, 27 de marzo de 2013

Xavi no es Xabi

Hace ya algún tiempo, hablaba aquí de una curiosidad bastante sorprendente de la lengua española: la existencia de frases que se pueden decir pero no escribir (ver Una vaca no es una baca, enero 2013).

El quid de la cuestión está en el hecho de que hay palabras que se pronuncian igual aunque se escriben diferente. Eso es algo que puede ocurrir, por ejemplo, con una palabra que empiece con hache y otra que no; con una palabra que se escriba con jota y otra que se escriba con ge; con una que se escriba con be y otra con uve… En aquel momento, daba un par de ejemplos de este último caso: vaca / baca y Xavi / Xabi.

Pues bien, ayer mismo, la selección española de fútbol jugó un partido contra Francia. En los días inmediatamente anteriores al encuentro y tras el fiasco del partido anterior, en el que no se pudo ganar a Finlandia, los medios de comunicación se hicieron eco de la gran preocupación que suponía el hecho de que algunos jugadores quizá no pudieran jugar por no estar plenamente recuperados de sus lesiones. En especial, mencionaban el caso de Xabi Alonso y Xavi Hernández.

En una información de elpais.es, se hablaba de que «El seleccionador mantiene la incógnita sobre la participación de Xavi y Xabi y destaca la calidad del centro del campo de Francia». En otra de lavanguardia.com, «Xavi Hernández y Xabi Alonso se ejercitan con normalidad y apuntan al once». En mundodeportivo.com, «Lo cierto es que ver a la selección sin Xavi o Xabi Alonso en el equipo titular en un partido oficial es algo difícil. Los dos se han convertido en titulares casi indiscutibles…»

En definitiva, que los periodistas de lo escrito se buscan las mañas para mencionar a los dos futbolistas juntos, pero no revueltos, cosa que sí pueden hacer los periodistas de lo hablado: a ellos nada les impide hablar de los dos /ʃábis/, así bien revueltos, como si hablaran de los dos Jordis o los dos Sergios.

Pero hete aquí que llega Alfredo Relaño en as.com y tira por la calle de en medio: «… Y ante Finlandia, sin los ‘xavis’ y ante tropecientos defensas, costó tanto el primer gol que nos olvidamos al marcarlo de que no se puede bajar la guardia y sobrevino el empate…»

Claro que él escribe ‘xavis’, así entre comillas, porque seguramente se habrá dado cuenta de que no es lo correcto. De hecho, ni ‘xavis’ ni xabis’: no se puede escribir.

Por cierto, España ganó.

viernes, 22 de marzo de 2013

Me tortillo

«Me tortillo en la escuerda. Me endisco sin carlamer. Me doy con una escueta. Si no estuviera en dingo, me gustaría colertes dando la paladera a los simones. Cuando me ireva por la mañana, no te preocupes sin más de la gloria: andaré sin temprarme y me volveré. Después de la mirfara, después de comerlo y sin campo, me llaman desde la noche y el calor.
Colgado de la mirada del abismero, desprovista de amor y con ilusiones desesperadas, estuve descuerpo y miré a través de la niebla: los temores de la noche se fueron sin dejar huella y desesperanza. Sandera fue mi terror, mi soca me indignaba y no desapareció.
Volviendo tras la renova y el postrer, uno tras otro fueron con amor. Las preciolas mejores, las primeras; el resto, detrás. Cuando el palarriego desturbó el mol, me fui. Misos de paz, andares de riego y, después, un caramelo sin papel en tremo. Las madarras del cantor suenan en ninguna esquina, el pávero simple desgana la resuelta. Sabiendo que no me dejaba desperar, subí la moma y casqué.
No subí, me irgurí. Estaba sin destemplanza en un locar y tuve el premiento de ver sin calar. Descubrí la sensación de un enorme despropósito. Me quisieron desprender y, sin tuvirme, me sacaron del cuesto grasado. Al tener el pie en temple de alquisa, no pude destaparme y caí de nuevo. Otra vez en el suelo, otra vez desprotegido y tircado. Formeda sin tapar y cuestafo tarde.
No dije, no supe, no fui, no noviera. Adiós.»
Escribí este texto hace ya algún tiempo por mero divertimento. Un compañero de trabajo que lo leyó me dijo que qué trabajera me había dado buscando palabras arcaicas. Cuando le dije que no, que esas palabras que no entendía no eran palabras reales, que me las había inventado, se quedó bastante sorprendido.
Este episodio me reafirmó en el hecho de que cada lengua tiene un sonido propio. Que, aunque no entiendas de qué están hablando tus vecinos de, pongamos por caso, avión, puedes intuir en qué idioma hablan solo por la manera en que suena. ¿No te ha pasado nunca, por ejemplo, en verano en la playa, ir identificando así a los bañistas? Estos, italianos; aquellos, portugueses; esta pareja de atrás, parecen rusos; los otros, alemanes o, quizá, holandeses…
El caso es que sí, cada lengua suena de forma diferente a las demás. Y uno puede crear un texto aparentemente real con palabras inventadas, si logra mantener ese sonido peculiar. Todo está en arroparlo, después, con los mecanismos propios de cada lengua para lograr el ritmo adecuado: terminaciones verbales, conectores, pausas, estructura… Todo eso ayuda a crear un ropaje de realidad, porque, a fin de cuentas, ¿quién conoce todas las palabras y expresiones de una lengua viva? Nadi, en cierto.

jueves, 14 de marzo de 2013

El mocárabe

Recuerdo mi época de estudiante (¡qué tiempos aquellos!) y recuerdo algunos profesores entrañables, de esos que te dejan huella por cómo son más que por lo que son. Y recuerdo que todo era novedad, descubrimiento, diversión, también. Y, si bien es verdad que nos tocaba trabajar de lo lindo, también lo es que, cuando la predisposición existía, la diversión hacía acto de presencia cuando menos te lo esperabas.

Estabas en clase de francés y el profesor te recitaba los números: un, deux, trois, quatre… dix, vingt, trente, quarante... Y, de repente, la carcajada general: quarante, dicho a la francesa, suena algo así como 'cagánt', lo que es muy similar a… Pues eso.

Otro día, en clase de historia del arte, hablando del arte andalusí, te mencionaban los mocárabes. Y, antes de entender que aquello era un adorno arquitectónico, ya te habías formado la imagen de otra clase de adorno colgando de la nariz de un árabe.

Y es que en español hay palabras muy curiosas; algunas, por su sonoridad; otras, por lo que nos permiten imaginar, y las más, porque se utilizan poco y nos son desconocidas y de ahí les viene su gracia. He aquí un surtido:
- Parlaembalde: el que habla mucho y sin sustancia.
- Antiflogístico: que calma la inflamación.
- Jericoplear: fastidiar.
- Nefelibata: que anda por las nubes.
- Anúteba: llamamiento a la guerra.
- Cochite-hervite: locución que significa que se ha hecho una cosa rápidamente.

¿Serías capaz de formar una frase que incluyera estas palabras? Si no todas, unas cuantas al menos. ¡Inténtalo y mándasela a algún conocido! ¡Seguro que lo sorprendes!

jueves, 7 de marzo de 2013

Parentela

En nuestros días, no es extraño que en una familia haya bisabuelo y bisnieto. Quiero decir que no es extraño que en una misma familia coexistan cuatro generaciones. La esperanza de vida sigue aumentando, cada vez vivimos más tiempo y los abuelos terminan por convertirse en bisabuelos. Y eso que, en España, al menos, la generación que está en edad de procrear cada vez tiene descendencia más tarde. Da igual, el caso es que es sencillo encontrar familias con un bisabuelo.

Ya es más raro que haya tatarabuelos y, en consecuencia, tataranietos. Es más raro, pero también sucede: si alguien pasa de los 100 años, tiene muchos números para que en su familia coexistan cinco generaciones. Dicho así parece fácil, ¿verdad? Pero, desde luego, no debe de serlo. En mi entorno no recuerdo a nadie que ande por el siglo de vida. Ahora bien, en Japón parece que es más habitual. De hecho, la semana pasada, los medios de comunicación hablaron de “la persona más anciana del mundo”: un japonés nacido en 1897 que, según la información, tiene 14 nietos, 25 bisnietos y 13 tataranietos.

Sin embargo, lo que sí es sumamente extraordinario es que coexistan seis generaciones en una misma familia. Es tan extraordinario que seguramente pocas personas saben qué nombre recibe el padre del tatarabuelo. Yo, desde luego, no lo sabía. Se llama trastatarabuelo o, también, cuarto abuelo. ¿A que tú tampoco lo sabías? ¿Y el hijo del tataranieto? Pues trastataranieto o cuadrinieto o chozno.

Y ya metidos en harina, ¿sabes decirme qué es un bichozno? No, un bizcocho, no; un bichozno… El diccionario siempre está ahí, por si se lo necesita.