Recuerdo haber leído en un ejemplar de la revista OCU-Salud las conclusiones de un estudio de la Organización de Consumidores y Usuarios acerca de los hábitos de los españoles en el cuarto de baño. Una de las que más me sorprendió fue saber que muchos encuestados (casi un tercio) reconocían que, a veces, aprovechaban que estaban sentados en el retrete para hablar por teléfono. Otra: que casi la mitad solían ir al baño con algo para leer.
Yo no suelo hacer nada de eso. Si acaso, si la cosa se alarga un poco, me fijo en algún objeto —el baño está lleno de ellos: que si un bote de champú, otro de gel, la colonia, el aftershei…—, leo la marca y trato de encontrar un anagrama.
¿Que qué es un anagrama? Pues una palabra que tiene las mismas letras que otra pero en orden diferente. Por ejemplo: arte / trae.
Y resulta que en el baño de mi casa lo que queda justo enfrente del ‘trono’ es un radiador de la marca Roca. Pues bien, les he dado tantas vueltas a estas cuatro letras, que creo que ya he encontrado todos los anagramas posibles: roca / caro / arco / orca / croa; incluso Cora, si admitimos nombres propios.
La verdad es que es un ejercicio muy entretenido… que no necesariamente debe hacerse en el baño, claro. Vas por la calle, pasas por delante de un escaparate de muebles de cocina… y cocina / acción. Te invitan a cenar sushi en un restaurante japonés… y japonés / esponja. Vas pedaleando detrás de un Renault Laguna… y laguna / alguna / angula…
Al final, de tan entretenido que es, engancha. ¡Inténtalo! ¡Verás cómo te encandila! Un consejo: empieza por palabras cortas, de cuatro o cinco letras. Luego, ve aumentando… y verás qué satisfacción cuando logres hallar anagramas de palabras de nueve o diez letras, o de nombres y apellidos de tus conocidos. Uno se siente muy bien cuando lo consigue. Y cuando descubres anagramas sorprendentes… ya ni te digo. Es lo que me ocurrió a mí un día leyendo el periódico.
En la información ‘El anarquista que salvó a miles de fascistas’ (El País Madrid, 28/04/2013), Carme Pérez Lanzac habla de un madrileño de 38 años, que es el nieto del protagonista de la historia. ¿Su nombre? Rubén Buren.
¡Grata sorpresa para un cazador de anagramas!
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