El otro día, tras un eructo que solté después de una comida, mi mujer dijo:
—¡Vaya! Pareces ahíto… García Reneses.
No me quedó otra que disculparme y sonreír… y alegrarme porque me había dado pie para hablar otra vez de los parónimos (ver Como tres veces, noviembre 2013). García Reneses era un entrenador de baloncesto al que llamaban Aíto, no sé si porque su nombre era Alejandro y de ahí Alejandrito. Ahíto y Aíto son parónimos: se pronuncian igual aunque se escriben diferente.
Recuerdo un chiste que me contaron tiempo atrás: van dos amigos por la carretera y se topan con un letrero que pone Aceros de Llodio. Y uno de ellos le pregunta al otro:
—¿Nos hacemos?
Aceros y haceros también son parónimos: se pronuncian igual aunque se escriben diferente y significan cosas diferentes.
Otro ejemplo de parónimo es la expresión sed de agua. Si la ves en una máquina expendedora de botellas de agua, entenderás qué pretende decir la frase. Pero, si alguien oye o lee la frase aislada de su contexto, quizá interprete que nos están exigiendo que seamos de agua. Sed, sustantivo, y sed, forma verbal del verbo ser, son parónimos también.
A uno le recuerda aquello que decía Bruce Lee en inglés en un anuncio de no sé qué no hace tanto tiempo:
—Be water, my friend!
Pues eso: dejemos que fluya el lenguaje y permitamos que nos empape con sus maravillas.
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