Una característica que el español comparte con otras muchas lenguas son los patronímicos, los apellidos derivados de nombres de persona, que se forman con el sufijo -ez. Y tenemos un montón:
Álvarez, Bernárdez, Benítez, Blázquez, Diéguez, Domínguez, Enríquez, Estévez, Fernández, González, Hernández, Jiménez, López, Martínez, Méndez, Núñez, Pérez, Ramírez, Rodríguez, Sánchez, Velázquez…
Algunos de estos patronímicos derivan de nombres propios que ya no son muy usados en la actualidad. Es el caso de, por ejemplo, Blázquez (de Blasco), López (de Lope) y Méndez (de Mendo). Sin embargo, todavía guardamos memoria de ellos, porque hemos oído hablar del escritor Blasco Ibáñez; del Fénix de los Ingenios, Lope de Vega, o de la obra 'La Venganza de Don Mendo'.
No ocurre lo mismo con otra serie de patronímicos en los que ya no reconocemos ningún nombre propio:
Gálvez, Gómez, Ibáñez, Juárez, Meléndez, Menéndez, Ordóñez, Peláez, Suárez, Vázquez, Yáñez…
De todas maneras, lo que me interesa destacar aquí es que los hablantes de español somos plenamente conscientes de que el sufijo -ez forma apellidos. Y eso es tan cierto, que incluso existen personajes de tebeo (ver Cuando los cómics se llamaban tebeos) que tienen apellidos inventados terminados en -ez. Un par de ejemplos:
Apolino Tarúguez (en DDT)
Pórrez y Cía (en Tio Vivo).
Claro que, para que la denominación del personaje aporte hilaridad a la historieta, el sufijo -ez no se añade a un nombre propio sino a un nombre común ya de por sí cómico. ¡Muy logrado! ¡Sí, señor!
Por cierto, ¿qué opinión te merece Marc Márquez, el piloto español de motos?
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