«Me tortillo en la escuerda. Me endisco sin carlamer. Me doy con una escueta. Si no estuviera en dingo, me gustaría colertes dando la paladera a los simones. Cuando me ireva por la mañana, no te preocupes sin más de la gloria: andaré sin temprarme y me volveré. Después de la mirfara, después de comerlo y sin campo, me llaman desde la noche y el calor.
Colgado de la mirada del abismero, desprovista de amor y con ilusiones desesperadas, estuve descuerpo y miré a través de la niebla: los temores de la noche se fueron sin dejar huella y desesperanza. Sandera fue mi terror, mi soca me indignaba y no desapareció.
Volviendo tras la renova y el postrer, uno tras otro fueron con amor. Las preciolas mejores, las primeras; el resto, detrás. Cuando el palarriego desturbó el mol, me fui. Misos de paz, andares de riego y, después, un caramelo sin papel en tremo. Las madarras del cantor suenan en ninguna esquina, el pávero simple desgana la resuelta. Sabiendo que no me dejaba desperar, subí la moma y casqué.
No subí, me irgurí. Estaba sin destemplanza en un locar y tuve el premiento de ver sin calar. Descubrí la sensación de un enorme despropósito. Me quisieron desprender y, sin tuvirme, me sacaron del cuesto grasado. Al tener el pie en temple de alquisa, no pude destaparme y caí de nuevo. Otra vez en el suelo, otra vez desprotegido y tircado. Formeda sin tapar y cuestafo tarde.
No dije, no supe, no fui, no noviera. Adiós.»
Escribí este texto hace ya algún tiempo por mero divertimento. Un compañero de trabajo que lo leyó me dijo que qué trabajera me había dado buscando palabras arcaicas. Cuando le dije que no, que esas palabras que no entendía no eran palabras reales, que me las había inventado, se quedó bastante sorprendido.
Este episodio me reafirmó en el hecho de que cada lengua tiene un sonido propio. Que, aunque no entiendas de qué están hablando tus vecinos de, pongamos por caso, avión, puedes intuir en qué idioma hablan solo por la manera en que suena. ¿No te ha pasado nunca, por ejemplo, en verano en la playa, ir identificando así a los bañistas? Estos, italianos; aquellos, portugueses; esta pareja de atrás, parecen rusos; los otros, alemanes o, quizá, holandeses…
El caso es que sí, cada lengua suena de forma diferente a las demás. Y uno puede crear un texto aparentemente real con palabras inventadas, si logra mantener ese sonido peculiar. Todo está en arroparlo, después, con los mecanismos propios de cada lengua para lograr el ritmo adecuado: terminaciones verbales, conectores, pausas, estructura… Todo eso ayuda a crear un ropaje de realidad, porque, a fin de cuentas, ¿quién conoce todas las palabras y expresiones de una lengua viva? Nadi, en cierto.
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