Va
de dos antiguos compañeros de colegio que se encuentran al cabo de los años en
una tienda de discos. Rememoran su infancia y algunos episodios que vivieron
juntos. En un momento determinado, se ponen a cantar las típicas canciones
marciales de aquella época, y uno entona: “Pomporruuuuutas imperiaaaaales...”.
El otro lo corta y le dice que la letra es: “Voy por ruuuuutas
imperiaaaaales…”. El primero insiste: “Yo siempre dije pomporrutas imperiales”.
¿No
te ha pasado nunca que te aprendes una canción de oído y, cuando ves la letra
escrita, te das cuenta de que no tiene nada que ver lo que tú decías con lo que
dice la canción? Suele ser habitual con canciones en otro idioma, pero también
ocurre en español. Y también puede pasar con oraciones, cánticos religiosos o
en determinadas circunstancias (ver Miel de la Alcarria).
Total,
que lo que ocurrió en este caso fue que a mi acompañante y a mí nos hizo tanta
gracia la cosa, nos pareció tan sonora esa palabra inventada, que, casi sin
darnos cuenta, la empezamos a utilizar en nuestra vida diaria y la hemos seguido
utilizando hasta ahora. ¿Con qué significado?, te preguntarás. Te voy a poner
un par de ejemplos del uso que le damos y seguro que lo adivinas:
Voy
al baño a hacer pomporrutas.
¿Qué
tal la perrita en el paseo? ¿Ha hecho pomporrutas?
¿Lo
captas? Seguro que sí. ¿Verdad que la sonoridad de la palabra parece hecha
adrede para referirse a esa situación?
Es algo
así como una especie de procedimiento de etimología popular, algo similar a lo
que ya conté en Pendejuelas y churreterías.
Por supuesto,
no sé de nadie que la utilice, ni en ese sentido ni en ningún otro, ni creo que
nadie la entendiera a la primera en caso de utilizarla fuera de nuestro ámbito
familiar. Pero quién sabe. A lo mejor, por esas cosas de la vida, se extiende su
uso y, un día de estos, la vemos reflejada en los diccionarios al uso.
¡Diviértete!
¡Crea! ¡Inventa! Pero siempre siempre siempre procura hacerte entender.