En la época en que en el Vaticano andaban liados buscando nuevo líder, Javier Marías habló del asunto en 'Hijo del Papa' (El País Semanal, 24 marzo 2013). En el texto, mencionaba las palabras vaticanistas, vaticanólogos, vaticanófilos, vaticanóglotas y vaticanópodos.
Por supuesto, me figuro que ninguna de estas palabras aparece en el diccionario, pero eso no quiere decir que no las pueda crear y utilizar. Precisamente, cualquier sistema de comunicación, y la lengua es uno de ellos, pone a disposición de sus usuarios toda una serie de elementos comunicativos susceptibles de ser manejados con plena autonomía por cada uno de ellos. Claro que si uno quiere que su comunicación sea entendida por los demás usuarios, deberá utilizar convenciones que todos ellos comprendan.
Es lo que ocurre en este caso. Javier Marías ha utilizado palabras compuestas por él con elementos compositivos que todos pueden comprender:
– Leemos vaticanistas y entendemos partidarios del Vaticano (o algo similar), porque estamos acostumbrados a leer madridistas, izquierdistas, juancarlistas… Y no nos extraña este vaticanistas.
– Leemos vaticanólogos y entendemos especialistas o estudiosos del Vaticano, porque hemos leído muchas veces cardiólogo, neurólogo, dermatólogo, geólogo… y sabemos lo que significa.
– Leemos vaticanófilos y entendemos amigos del Vaticano, porque establecemos una relación con germanófilo o anglófilo.
– Leemos vaticanóglotas y entendemos hablantes de vaticanés (me lo acabo de inventar), o algo similar, porque reconocemos la misma estructura que hay en políglota.
– Y leemos vaticanópodos… y no sabemos muy bien qué entender, porque nos acordamos de miriápodo (que tiene muchos pies, como el ciempiés) y no vemos una relación clara con el Vaticano… a menos que nos imaginemos que quiere decir que todos sus pasos se encaminan al Vaticano.
Y a nosotros, ¿qué nos impide hacer lo mismo que Javier Marías? ¿Por qué no utilizamos esos elementos constructivos que nos da el español para ser más creativos en nuestras comunicaciones? ¿Por qué no vamos a poder decir vaticanés? ¿Quién nos lo impide? ¡Nadie! Entonces, ¡juguemos con el lenguaje! ¡Divirtámonos! Es muy saludable.
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