Si algo caracteriza esta época que estamos viviendo desde un punto de vista lingüístico, es la superabundancia de siglas. Tan es así, que incluso existen diccionarios exclusivamente de siglas. En el siglo pasado y en lo que llevamos de este, han proliferado tanto las siglas que también han llegado al entorno personal. Ya no solo se utilizan para nombrar instituciones o sociedades de denominaciones más o menos largas (ONU, RENFE, RAE…), sino que también se usan para firmar los correos electrónicos: un conocido mío firma vs, así tal cual, en minúsculas. Se llama Vicente y su apellido empieza por s, claro.
En español, algunas siglas se leen como si fueran una palabra, como las tres del párrafo anterior. Otras se deletrean, como UGT, TVE, TNT… Y algunas de las que se deletrean, al final, de tanto como se usan, terminan escribiéndose como si fueran una palabra. Es el caso de:
– Oenegé: ONG (organización no gubernamental).
– Elepé: LP (long play o disco de larga duración).
– Dedeté: DDT (dicloro-difenil-tricloroetano).
– Penene: PNN (profesor no numerario).
Además, algunas personas van más allá que mi conocido vs en eso de las firmas, y llegan a ser más conocidas por sus siglas deletreadas que por sus nombres y apellidos reales. Es el caso del ilustrador y humorista gráfico Ceesepe (CSP: Carlos Sánchez Pérez). Y tendencia parecida se da también en algunas denominaciones de establecimientos comerciales. En mi barrio, por ejemplo, hay uno que se llama Eleeme Estética y Peluquería.
No sé. Quizá dentro de algún tiempo no muy lejano, esos personajes públicos que se hacen llamar Pedro Jota, Eva Hache y similares, pasen a ser conocidos simplemente por Pejota, Ehache... Veremos. Todo se andará.
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