Era un día de primavera. Frente a la entrada de mi casa, en la acera, una madre trataba de razonar con su hijo pequeño para que siguiera caminando. El nene estaba de pie, agarrado a su silla, y se había parado a mirar hacia la calle donde un vehículo se estaba moviendo. En su lenguaje infantil, el niño le preguntó a su madre que qué estaba haciendo. La madre le contestó:
El auto está estacionando.
A mí, la verdad, me sorprendió la respuesta. Y no porque no fuera cierto lo que decía la madre, sino porque yo lo habría dicho de otra forma:
El coche está aparcando.
A mí me habría salido así, de forma natural. Y me imagino que a esa madre también le había salido su frase de forma natural. Por supuesto, por el acento se podía intuir que no era española; argentina, quizá; sudamericana, seguro.
Y es que, como ya he mencionado aquí en otras ocasiones (ver Ameritar, mayo 2013), somos tantas las personas que hablamos español y tantos los acentos, que una misma cosa se puede decir de múltiples maneras… y hay muchas probabilidades de que todos lo entendamos.
En este caso que nos ocupa, unos hablarán de coche; otros, de auto, y otros, de carro…; unos dirán aparcar; otros, estacionar, y otros, parquear… Y todos nos entenderemos… y nos sorprenderemos de la extraña gran riqueza de esta lengua española tan de todos.
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