¿Por qué, cuando estoy recogido en mí mismo, pensando en mis cosas, estoy ensimismado y no enmimismado?
¿Por qué, cuando estoy tan metido en algo que no atiendo a otra cosa, estoy enfrascado y no entarrado?
¿Por qué, cuando me estoy vistiendo con la ropa de fiesta un sábado, me estoy endomingando y no ensabadando?
¿Por qué, cuando estoy muy empeñado en algo, me estoy emperrando y no engatando?
¿Por qué, cuando estoy halagando a alguien para conseguir algo de él, lo estoy engatusando y no emperrusando?
¿Por qué, cuando me pongo muy pero que muy terco, estoy erre que erre y no jota que jota?
¿Por qué, cuando me estoy mojando todo y más, me estoy empapando y no enmamando?
¿Por qué, cuando dos equipos de fútbol tienen el mismo número de goles, están empatando y no empiernando?
¿Por qué, cuando estoy adornando a alguien con profusión y esmero, lo estoy emperejilando y no enajando?
¿Por qué, cuando estoy cargando con una obligación ingrata, estoy apechugando con ella y no amuslando con ella?
¿Por qué, cuando estoy amedrentando a alguien, lo estoy amilanando, y no aflorenciando?
¿Por qué, cuando mantengo mi opinión a todo trance, me mantengo en mis trece, y no en mis catorce?
¿Por qué, si vivo sin reparar en gastos, con fausto y opulencia, vivo a todo tren, y no a todo barco?
¿Por qué, cuando voy a toda velocidad, voy a toda leche, y no a todo vino?
¿Por qué, cuando no tengo dinero, estoy sin blanca, y no sin colorada?
¿Por qué, cuando quiero divertirme con el lenguaje, no voy a poder inventarme las palabras y expresiones que yo quiera?
Pues eso.
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