El otro día estuve en un restaurante a cenar con unos amigos y nos trajeron la carta de vinos. Los vinos venían agrupados por su denominación de origen. Y había un capítulo dedicado a los vinos de pago. Mi amigo Sebas, cachondo él, dijo:
—¡De esos, no! ¡De esos, no! ¡Mejor de los que son gratis!
Y las carcajadas de toda la mesa se oyeron hasta en la calle.
Y es que es verdad. Si hay un título que indica que son vinos de pago, es de lo más lógico pensar que el resto no son de pago; ergo, son gratis.
Pero no siempre es así la cosa. No con la lengua. La primera acepción que nos viene a la cabeza de una palabra no siempre es la buena. Es lo que pasa con los parónimos: palabras que tienen una forma igual o semejante o que se pronuncian de forma parecida, pero cuyo significado es totalmente diferente. Ya he hablado de ellos en alguna ocasión (Como tres veces y Aceros de Llodio).
En vinos de pago, es verdad que pago puede ser tanto un sustantivo derivado del verbo pagar, como un sustantivo derivado del latín pagus, que tiene que ver con tierra.
De hecho, vinos de pago es una categoría que hace referencia a los vinos que proceden de una finca determinada y cuyas características, por lo tanto, derivan de las vides y del microclima propio de la finca. Hay vinos de muchos pagos:
… y todos son de pago.
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