viernes, 22 de marzo de 2013

Me tortillo

«Me tortillo en la escuerda. Me endisco sin carlamer. Me doy con una escueta. Si no estuviera en dingo, me gustaría colertes dando la paladera a los simones. Cuando me ireva por la mañana, no te preocupes sin más de la gloria: andaré sin temprarme y me volveré. Después de la mirfara, después de comerlo y sin campo, me llaman desde la noche y el calor.
Colgado de la mirada del abismero, desprovista de amor y con ilusiones desesperadas, estuve descuerpo y miré a través de la niebla: los temores de la noche se fueron sin dejar huella y desesperanza. Sandera fue mi terror, mi soca me indignaba y no desapareció.
Volviendo tras la renova y el postrer, uno tras otro fueron con amor. Las preciolas mejores, las primeras; el resto, detrás. Cuando el palarriego desturbó el mol, me fui. Misos de paz, andares de riego y, después, un caramelo sin papel en tremo. Las madarras del cantor suenan en ninguna esquina, el pávero simple desgana la resuelta. Sabiendo que no me dejaba desperar, subí la moma y casqué.
No subí, me irgurí. Estaba sin destemplanza en un locar y tuve el premiento de ver sin calar. Descubrí la sensación de un enorme despropósito. Me quisieron desprender y, sin tuvirme, me sacaron del cuesto grasado. Al tener el pie en temple de alquisa, no pude destaparme y caí de nuevo. Otra vez en el suelo, otra vez desprotegido y tircado. Formeda sin tapar y cuestafo tarde.
No dije, no supe, no fui, no noviera. Adiós.»
Escribí este texto hace ya algún tiempo por mero divertimento. Un compañero de trabajo que lo leyó me dijo que qué trabajera me había dado buscando palabras arcaicas. Cuando le dije que no, que esas palabras que no entendía no eran palabras reales, que me las había inventado, se quedó bastante sorprendido.
Este episodio me reafirmó en el hecho de que cada lengua tiene un sonido propio. Que, aunque no entiendas de qué están hablando tus vecinos de, pongamos por caso, avión, puedes intuir en qué idioma hablan solo por la manera en que suena. ¿No te ha pasado nunca, por ejemplo, en verano en la playa, ir identificando así a los bañistas? Estos, italianos; aquellos, portugueses; esta pareja de atrás, parecen rusos; los otros, alemanes o, quizá, holandeses…
El caso es que sí, cada lengua suena de forma diferente a las demás. Y uno puede crear un texto aparentemente real con palabras inventadas, si logra mantener ese sonido peculiar. Todo está en arroparlo, después, con los mecanismos propios de cada lengua para lograr el ritmo adecuado: terminaciones verbales, conectores, pausas, estructura… Todo eso ayuda a crear un ropaje de realidad, porque, a fin de cuentas, ¿quién conoce todas las palabras y expresiones de una lengua viva? Nadi, en cierto.

jueves, 14 de marzo de 2013

El mocárabe

Recuerdo mi época de estudiante (¡qué tiempos aquellos!) y recuerdo algunos profesores entrañables, de esos que te dejan huella por cómo son más que por lo que son. Y recuerdo que todo era novedad, descubrimiento, diversión, también. Y, si bien es verdad que nos tocaba trabajar de lo lindo, también lo es que, cuando la predisposición existía, la diversión hacía acto de presencia cuando menos te lo esperabas.

Estabas en clase de francés y el profesor te recitaba los números: un, deux, trois, quatre… dix, vingt, trente, quarante... Y, de repente, la carcajada general: quarante, dicho a la francesa, suena algo así como 'cagánt', lo que es muy similar a… Pues eso.

Otro día, en clase de historia del arte, hablando del arte andalusí, te mencionaban los mocárabes. Y, antes de entender que aquello era un adorno arquitectónico, ya te habías formado la imagen de otra clase de adorno colgando de la nariz de un árabe.

Y es que en español hay palabras muy curiosas; algunas, por su sonoridad; otras, por lo que nos permiten imaginar, y las más, porque se utilizan poco y nos son desconocidas y de ahí les viene su gracia. He aquí un surtido:
- Parlaembalde: el que habla mucho y sin sustancia.
- Antiflogístico: que calma la inflamación.
- Jericoplear: fastidiar.
- Nefelibata: que anda por las nubes.
- Anúteba: llamamiento a la guerra.
- Cochite-hervite: locución que significa que se ha hecho una cosa rápidamente.

¿Serías capaz de formar una frase que incluyera estas palabras? Si no todas, unas cuantas al menos. ¡Inténtalo y mándasela a algún conocido! ¡Seguro que lo sorprendes!

jueves, 7 de marzo de 2013

Parentela

En nuestros días, no es extraño que en una familia haya bisabuelo y bisnieto. Quiero decir que no es extraño que en una misma familia coexistan cuatro generaciones. La esperanza de vida sigue aumentando, cada vez vivimos más tiempo y los abuelos terminan por convertirse en bisabuelos. Y eso que, en España, al menos, la generación que está en edad de procrear cada vez tiene descendencia más tarde. Da igual, el caso es que es sencillo encontrar familias con un bisabuelo.

Ya es más raro que haya tatarabuelos y, en consecuencia, tataranietos. Es más raro, pero también sucede: si alguien pasa de los 100 años, tiene muchos números para que en su familia coexistan cinco generaciones. Dicho así parece fácil, ¿verdad? Pero, desde luego, no debe de serlo. En mi entorno no recuerdo a nadie que ande por el siglo de vida. Ahora bien, en Japón parece que es más habitual. De hecho, la semana pasada, los medios de comunicación hablaron de “la persona más anciana del mundo”: un japonés nacido en 1897 que, según la información, tiene 14 nietos, 25 bisnietos y 13 tataranietos.

Sin embargo, lo que sí es sumamente extraordinario es que coexistan seis generaciones en una misma familia. Es tan extraordinario que seguramente pocas personas saben qué nombre recibe el padre del tatarabuelo. Yo, desde luego, no lo sabía. Se llama trastatarabuelo o, también, cuarto abuelo. ¿A que tú tampoco lo sabías? ¿Y el hijo del tataranieto? Pues trastataranieto o cuadrinieto o chozno.

Y ya metidos en harina, ¿sabes decirme qué es un bichozno? No, un bizcocho, no; un bichozno… El diccionario siempre está ahí, por si se lo necesita.

miércoles, 27 de febrero de 2013

El sesquipegamento

La primera vez lo oí en una emisora de radio. Estaban hablando del sesquicentenario del nacimiento de alguien. ¿O quizá era del fallecimiento? La verdad es que no lo recuerdo. El caso es que hablaban de que hacía 150 años del suceso. Y me sorprendió, la verdad. Porque, como digo, era la primera vez que oía el prefijo sesqui-. Tampoco es que lo haya oído mucho más después… ¿Y qué significa? Pues dice el diccionario que denota una unidad y media. Es decir, que sesquicentenario quiere decir un centenario y medio; o sea, 150 años. Y sesquihora, una hora y media.

En realidad, este prefijo se puede aplicar a cualquier unidad de medida: sesquimetro (1,5 metros), sesquikilómetro (kilómetro y medio), sesquikilo, sesquimés… O sea, que podemos decir o escribir frases como las que siguen:

-       Quedamos dentro de una sesquihora en la plaza, ¿vale?
-       He conseguido un contrato de un sesquiaño. ¡Qué bien! A mí me acaban de hacer uno de un sesquimés.
-       Faltan huevos en la nevera; compra una sesquidocena…

Pero, ¿por qué constreñirnos a las unidades de medida? También puede usarse con otras unidades. Por ejemplo:

-       Me acabo de comer una sesquimandarina.
-       Las cuatro primeras preguntas valen un punto; las otras cuatro, un sesquipunto…

¿Por qué no utilizamos más este prefijo? Tiene un nosequé que lo hace especial, muy original. Podríamos ponerlo de moda, ¿no? Y ¡quién sabe! ¡A lo mejor dentro de poco nos encontramos con una campaña publicitaria del clásico pegamento Imedio centrada en el concepto de "el único sesquipegamento"!

miércoles, 20 de febrero de 2013

Sexcentésimo

No, no voy a hablar de sexo. Voy a hablar de números. ¡No, de numeritos sexuales, no! ¡Qué manía! De números: uno, dos, tres, cuatro… Bueno, en realidad, no de los números cardinales, sino de los ordinales: primero, segundo, tercero… Y es que solemos conocer muy bien los ordinales más corrientes, que son también los más simples: cuarto,  quinto, sexto, décimo, vigésimo… Pero, ¿y el resto? Así, así: trigésimo, quincuagésimo, centésimo…

Cuanto mayores son los números, menos frecuente es su uso y menos conocidos son. Atención, pregunta: ¿cómo se llama lo que ocupa el lugar 600 en una serie? Sí, exacto, lo has adivinado: sexcentésimo. Pero no nos engañemos, has acertado porque está en el título de este texto. Porque, si te pregunto por el 200º, ¿a que no lo sabes? ¿Y el 500º? Pues, ducentésimo y quingentésimo.

¿Y si pasamos a otros que no sean múltiplos de 100? Eso sí que complica el asunto. Pero vamos a intentar simplificarlo un poco. Yo lo escribo con letras y tú dices qué número es. Veamos. Si digo cuadringentésimo vigésimo cuarto, ¿a qué posición me estoy refiriendo? ¿Y con octingentésimo quincuagésimo sexto? ¿Y con tricentésimo septuagésimo octavo? En fin, podríamos seguir in aeternum, pero creo que ya vale con esto… para demostrarte que los números también son curiosos. ¿O acaso no es curioso el noningentésimo nonagésimo nono?

jueves, 14 de febrero de 2013

La era del ‘re’

No hace mucho leí una entrevista a Sergio Peris-Mencheta, actor y director de teatro, en la que decía lo siguiente: “Vivimos en la era del re, de restaurar, reinventar, revolucionar, revolver, remover, relevar, de remar” (El País, 07/01/2013, entrevistado por Rocío García). Yo habría añadido recortar, rebajar y algunos más… pero, bueno, dejémoslo estar.

La afirmación del actor y director pone de manifiesto que es consciente de la existencia del prefijo re-. Aunque, en realidad, en alguna de estas palabras la sílaba inicial no sea un prefijo propiamente dicho: en remar, por ejemplo, no hay por dónde cogerlo; en las demás, podría interpretarse que se comporta como prefijo.

Y es que el prefijo re-, plenamente activo en español, puede tener varios significados: repetición (reconstruir: volver a construir), movimiento hacia atrás (refluir: dicho de un líquido, volver hacia atrás o retroceder), oposición o resistencia (reprobar: no aprobar)…

El que aquí me interesa destacar es el de intensificación, el que aparece en verbos como recargar (aumentar la carga o el trabajo), pero que también solemos usar en adjetivos como rebueno (o requetebueno), reguapo… Y, como pasa con otros prefijos activos (es decir, que pueden utilizarse para formar palabras nuevas), las palabras que podemos formar con re- pueden dar lugar a malas interpretaciones.

Tomemos un ejemplo de actualidad: las rebajas. Si decimos que las rebajas están muy solicitadas, nuestro interlocutor puede interpretar tanto que estamos diciendo que los comercios están petados de gente que aprovecha los precios bajos para comprar, como que estamos afirmando que las chicas de poca estatura ligan mucho.

¿Rebuscado? Es posible, pero la comunicación es lo que tiene: que uno pretende comunicar una cosa, y el otro entiende lo que le parece.

Seguro que puedes encontrar algún ejemplo más.

miércoles, 6 de febrero de 2013

El 'no' fantasma

En estos días se está hablando, y mucho, de Urdangarin y el lío judicial en el que está metido. La semana pasada hubo una actuación del juez que lleva el caso que despertó el interés de los medios de comunicación, que se preocuparon por conocer las posibles medidas que el rey pudiera tomar.

En un canal de televisión (la Sexta), titularon la noticia así: “La Casa Real no va a tomar medidas hasta que no declare García Revenga”. En otro canal (TVE 1) hablaron de que “la Casa Real no va a tomar medidas hasta que declare García Revenga” o “… hasta que se produzca la declaración” o algo similar. La verdad es que no recuerdo bien las palabras precisas que dijo el presentador, pero para el caso da lo mismo. La cosa es que en un sitio dijeron “hasta que no declare” y en el otro, “hasta que declare”. Y lo curioso es que ambas frases significan lo mismo… ¡a pesar de que una de ellas lleva un adverbio de negación de lo más contundente!

En español, todas las palabras tienen un significado: casa, guitarra, tijera… Hay incluso algunas que tienen varios: gallina, cabo, golfo… Es lo normal y lógico. Por eso es tan sorprendente encontrarse con palabras que, en determinadas frases, no tienen ningún significado, es como si no estuvieran. Es lo que ocurre en el caso de la noticia sobre Urdangarin, y en otros ejemplos similares:
-          No empezaremos hasta que vengas  /  No empezaremos hasta que no vengas
-          Por poco me toca el gordo  /  Por poco no me toca el gordo
-          ¡Cómo estará el interior del garaje, viendo cómo tienen la puerta!  /  ¡Cómo no estará el interior del garaje, viendo cómo tienen la puerta!
-          Es mejor correr que llegar tarde  /  Es mejor correr que no llegar tarde

Mira que es contundente el significado de no, ¿verdad? Pues en las frases segundas de estos ejemplos, no significa nada. La misma frase, con o sin no, dice lo mismo. Total: que está pero es como si no estuviera. Y yo me pregunto: entonces, ¿por qué lo ponemos?